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Un día vi mosquitos sobre una cabeza. La cabeza avanzaba y se paraba y los mosquitos avanzaban y se paraban. A su alrededor había más cabezas. Unas más altas, otras más bajas. Algunas de las cabezas más bajitas avanzaban más rápido y desandaban lo andado para volver a avanzar más rápido. Iban y venían, iban y venían. Sólo la cabeza que un día vi tenía mosquitos. Yo caminaba a mi ritmo y la cabeza y los mosquitos y las demás cabezas me adelantaban; las cabezas más bajitas me adelantaban a mi y a la cabeza alta y a los mosquitos; varias veces. La cabeza bajo los mosquitos hablaba con las demás cabezas, pero los mosquitos no volaban de una a otra. Entonces yo les adelantaba a todos, a las cabezas altas, a las bajitas y a los mosquitos. Pero ni siquiera cuando yo les adelantaba venían conmigo. Se quedaban pacientemente volando esperando a que su cabeza volviera a avanzar. Los mosquitos, digo... Debía ser una relación interesada. O desinteresada, quién sabe. De esas que aprendimos en ...

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